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Mi hermano mayor caminó apoyando sus patitas sobre el lodo corrugado al lado de la autopista y maulló implorando leche.

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Creemos que es un Buda anatómico. Desde una floresta frente al restaurante empecé a observar diariamente la fluctuante cantidad de turistas que frecuentaban las mesas del exterior: los adustos paseantes que se reunían con sus laptops y sus teléfonos inteligentes, unos frente a otros, para abocetar expediciones, compartir fotografías y apalabrar de hablar con sus prole en casa a través de líneas telefónicas deficientes; los turistas espirituales que viajaban a la India en busca de experiencias místicas; los cazadores de celebridades que habían llegado con expectación de tomar una fotografía del Dalai Lama. Justo afuera de las puertas del templo había puestos donde se vendía fruta, bocadillos y otros productos frescos destinados principalmente para la familia de la localidad. En mi caso era la idea de que necesitaba la compañía de otro gato para ser bendito. Hubo una pausa antes de que el chofer propusiera lo inaudito. Ahora los libera y los deja trepar por el muro del jardín. Ellos le indicaron con un gesto que volviera a su lugar.

El Gato y La Caja

Chogyal rio sutilmente. Estos son temas sobre los que he escuchado al Dalai Lama hablar con frecuencia y de formas ilimitadas; sin embargo, cada vez que se expresa con esa limpidez tan vívida, con ese efecto, es como si estuviera exponiendo sus ideas por primera tiempo. No pasó mucho tiempo para que despreciara las croquetas de Jokhang e ir a ver el Café Franc, a aparte de que el clima afuera verdaderamente inclemente. Yo me quedé en la mugre y el lodo mientras los niños debatían sobre lo que harían conmigo. Para ese momento yo había crecido y me había convertido en una gatita temeraria que no se conformaba con acontecer todo el día siendo mimada, en un saquito de vellón. Luego el Dalai Lama le pidió a su asistente que se hiciera cargo de mí e hizo que el bisoño francés, que se veía congruo descorazonado, fuera llevado a una habitación privada en la parte trasera del templo. Desde bastante temprano en la mañana, aun mucho después de que los dueños de los otros puestos ya hubieran cerrado, era posible ver al señor Patel timando a los turistas, gesticulando emocionado mientras hablaba por su celular y, a veces, cabeceando en el asiento del copiloto de su orgullo y alegría: un Mercedes que estacionaba cerca de ahí. Espero que su preparación no haya sido demasiado angustioso.

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Dentro del periódico empecé a sofocarme y cada respiro se convirtió en una batalla. El Café Franc era un verdadero híbrido del Himalaya donde la sofisticación de la metrópolis se conjugaba con la mística budista. Nada vendría en mi ayuda. Y también adoraban lo generosa que era. En algunas instituciones encierran a los prisioneros casi todo el día en celdas que parecen jaulas de sótano, adonde no llega la luz. Los frascos de especias que había en la cocina del monasterio parecían insuficientes al compararlos con las repisas llenas de especias, salsas, condimentos y saborizantes del Café Franc. Los meses siguientes vi a Su Santidad trabajar en un nuevo libro. Al otro lado de la banco de centro, el profesor de historia se acomodó en su asiento.

Se inclinó hacia el frente y me miró con detenimiento—. Entre el clamor de peatones y ciclistas, de propietarios de puestos de comida y mendigos, dos andrajosos niños de la piso estaban ansiosos por terminar su jornada de vendimia. El macho salía por la puerta del conductor; tenía la cabeza afeitada y siempre reluciente. Poco después los sinodales anunciaron su veredicto: los novicios butaneses y el tibetano fueron aceptados para actuar los estudios Geshe. Me atrajo a su pecho, me colocó con cuidado en su otro brazo y comenzó a acariciarme con la misma mano que, tan solo un momento antiguamente, estuvo a punto de arrojarme. Mi vida es buena. Sin embargo, después de lo que hice el día anterior, efectivamente no era nadie para fallar.

Soseki natsume soy un gato by Beatriz Bezares García - Issuu

No mucho. Aquella mañana, Su Beatitud había logrado distraerme de mi soledad con la visita al templo… y luego la madama Trinci continuó entreteniéndome. La próxima vez que me sorprendiera a mí misma anhelando otro alergia en mi vida, recordaría a Su Santidad y a la señora Trinci, quienes estaban satisfechos de ser solteros. Hice una pausa y expandí mis orificios nasales en busca de aire, porque junto con el bordoneo de esos dientes incisivos que mascaban, también llegó un olorcito picante que hizo vibrar mis bigotes. Esto prueba que lo que nos hace felices o infelices no son las antecedentes de nuestra vida sino la forma como las vemos. El cambio en la actitud de Franc fue inmediato y total. Salté al regazo de individuo de los monjes y le permití acariciarme mientras yo veía la televisión.

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