LA CATEDRAL : VERSIÓN PARA IMPRIMIR
Cristalera, que conocía toda la biografía del famoso templo, recordaba el origen del nombre de la puerta. Corrían rumores de tormentos horribles que se hacían aquejar a los presos para que cantasen la verdad, y pensaba en tí tan delicado, tan poquita cosa, creyendo que cualquier mañana te encontrarían muerto en el calabozo.
El Dominio
Se marcaban con toda su galano y atrevida esbeltez las ochenta y ocho pilastras robustos haces de columnas que suben audazmente cortando el espacio, blancos como si fuesen de nieve solidificada, y esparcen y entrecruzan sus nervios para sostener las bóvedas. Primitivamente se llamó de la Justicia, porque en ella daba audiencias el vicario general del Arzobispado. He rodado de un pueblo a otro, siempre luchando con el hambre y con la crueldad de los hombres. Por lo que me disulpé y procuré no volver a meterme en los planes del Senescal—. Estoy muy enfermo, Esteban: mi sentencia de muerte es irrevocable. Los pordioseros charlaban sentados en los escalones de la puerta del Mollete. Gabriel explicó su llegada en la confusión anterior; su permanencia ante la iglesia desde antes de madrugada, esperando el momento de admirar a su hermano. Gabriel sonrió tristemente.
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Tenía un perfil achatado y perruno; los ojos eran de malicia, y peinaba lustrosos tufos pegados arriba de las orejas. El pavimento era de ladrillos gastados y rotos. La catedral es hermosa como siempre, pero no se encuentra por parte alguna la majestad del culto del Señor. La gente joven que vive en las Claverías no tiene amor a nuestra Primada y se queja de lo cortos que son los sueldos, sin tener en cuenta el temporal que aguanta la fe. No se le ocurre calaverada que no la realice: en plena sacristía jura como un impío a espaldas de los señores beneficiados. A Gabriel le hicieron daño estos sonidos. Encerrados en el templo desde la tarde anterior, se retiraban a sus casas a dormir. Mujeres que le recordaban a su madre sacudían sobre el parterre las mantas de las camas o barrían los rojos ladrillos inmediatos a sus viviendas.
Deportista enterrito
Archimaestre Tynton La Ciudadela Se hacía otro día soleado en el Dominio; ese era el aire desde años, y ese sería por siempre. Los extranjeros que visitan la catedral, gentes descomulgadas que nos miran como monos raros y encuentran todo lo nuestro curioso y digno de risa, se fijan en él. Cuando me detengo, anonadado por esta existencia de Judío Errante, la Justicia, en nombre del miedo, me grita que ande, y vuelvo a emprender la marcha. Iba de un lado a otro con el manteo terciado y la teja en la mano, un pobre bimba sin rastro de pelo, abollado, con una capa de grasa en las alas, mísero y viejo como la sotana y los zapatos. Eran las cornetas de la Academia Militar. Tampoco una carta, ni una noticia buena o mala. Los pordioseros charlaban sentados en los escalones de la puerta del Mollete. Después, la puerta de Santa Catalina, negra y dorada, con gran riqueza de follajes policromos, castillos y leones en las jambas y dos estatuas de profetas.
Mezclado
Gabriel bebió, haciendo esfuerzos por dominar los estremecimientos de su abdomen enfermo, que pugnaba por arrojar el líquido. Cargando editor Al ver que le dan por el gusto, suelta el saco de las mentiras porque a embustero nadie le echa la pata encima y cuenta las grandes corridas que lleva dadas en Toledo y fuera de él, los toros que ha muerto Luego la llamaron del Mollete, porque todos los días, después de la misa máximo, el preste, con acólitos y pertigueros, se presentaba en ella a bendecir los panes de media libra o molletes que se repartían entre los pobres. El campanero se cruzó varias veces con él, siguiéndole con mirada inquieta, como si le inspirase poca confianza aquel anónimo de mísero aspecto vagando a la hora en que las riquezas de las capillas no pueden ser vigiladas. Los niños que las animaban al debutar el día estaban en la escuela; las mujeres, dentro de sus casas, preparaban la alimentación. Y su rostro rígido de servidor del templo, que parecía haber tomado la inmovilidad de las pilastras y las estatuas, se animó con una sonrisa cariñosa.
Los pasos resonaban con eco gigantesco, como si se conmovieran todos los sepulcros de reyes, en la catedral. Gabriel, que conocía su hermosura interior, pensaba en las viviendas engañosas de los pueblos orientales, sórdidas y miserables por fuera, cubiertas de alabastros y filigranas por dentro. Época alguien que podía ganarse la confianza de muchos. Así le llamaban: Sonrisabrillante; Marwyn Sonrisabrillante. Gabriel se mantenía cerca de la puerta, sabiendo que por ella entraban los que vivían en el claustro alto. Devotas y pordioseros se conocían. Todo estaba lo mismo. Su recuerdo le había acompañado cuando paseaba por el inmenso Bosque de Bolonia y por el Hyde-Park de Londres. El campanero se cruzó varias veces con él, siguiéndole con mirada inquieta, como si le inspirase poca confianza ángel desconocido de mísero aspecto vagando a la hora en que las riquezas de las capillas no pueden ser vigiladas.
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